martes, 22 de julio de 2014

Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la Humanidad...

      
                                                                  


                                            Fotografía de Buzz Aldrin por Neil Armstrong.



Durante miles de millones de años el único satélite de la Tierra permaneció intacto a los pasajes humanos. Solamente era observado desde la superficie de nuestro planeta. Tan silencioso y frío en el cielo nocturno, mientras manifestaba sus fases, mientras exponía sus mares de opacos tonos. Nuestros antepasados vivían al aire libre, domesticaron el fuego, tumbados en las fogatas contemplaban el cielo, tan lleno de estrellas, y todo ese movimiento acompañado por la blanca luna luminosa. Kepler, en su imaginación, soñaba con estar posado en su superficie, entonces, ¿cómo sería vista la Tierra desde aquella perspectiva? La Tierra, al igual que la luna, completa sus fases; es vista desde el horizonte rocoso como una esfera delicada, con detalles claros y finos, iluminados por la estrella que se asoma al principio con ligeras fluctuaciones a través de los hemisferios del planeta al que rodea. Esa estrella, repartiendo la luz isotrópicamente por el espacio, aparece mostrando intensos orbes. Los observadores del cielo se preguntaron, ¿cómo es que la Luna, desde la Tierra sólo muestra uno de sus hemisferios? La respuesta a ello es que existe una igualdad entre dos movimientos continuos: el período de revolución y de rotación. Esto no es una coincidencia, lo que causa estas igualdades son los efectos de mareas ejercidas por los dos mundos. Un mero hecho de gravitación.



Huella del astronauta Buzz Aldrin.                      

El polvo estaba inerte, sujeto a una gravedad en la que permaneció intacto por muchos años. Sólo los impactos de cuerpos que indagaban en el silencioso espacio interplanetario diseminaban la quietud de las motas de polvo lunares. 
Una nave en descenso lo perturbó, poco a poco observadores y visitantes de aquel gran mundo, Tierra, bajaron lentamente las escaleras de módulo lunar. Un escalofrío de contemplar desde un lugar desconocido recorrió su cuerpo al hombre que bajaría primeramente hacia la superficie. De un salto, el bípedo palpó el polvo. La primera huella de un visitante se quedó plasmada. Pronto, el segundo hombre lo imitó. Los dos hombres se dejaban empeler; apenas un ínfimo esfuerzo los elevaba curiosamente hacia el cielo, después de esa corta aventura, lo reiteraban. Eran tres forasteros llamados Neil Armstrong, Buzz Aldrin y un compañero, Michael Collins, en la órbita lunar. Neil y Buzz fueron los primeros hombres en tocar otro mundo. Todos esos hombres contemplaron nuestro planeta desde esa perspectiva soñada, tiempo atrás, por el gran Johannes Kepler.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario