viernes, 18 de julio de 2014

Un universo cuyo tamaño supera a la imaginación humana

       
  La Tierra desde la perspectiva lunar, silenciosa y flotando en el espacio.
Durante el Apollo 8, por la NASA

En un universo cuyo tamaño supera a la imaginación humana, en el que nuestro mundo flota como una mota de polvo en el vacío de la noche, los hombres han crecido inconcebiblemente solos. Exploramos la escala del tiempo y los mecanismos de la propia vida por augurios y señales de lo invisible. Como único mamífero que razona en el planeta —quizá el único animal que piensa en todo el universo sidéreo— se ha desarrollado en nosotros el peso de la conciencia. Observamos las estrellas, pero las señales son inciertas. Desenterramos los huesos del pasado y buscamos nuestro origen. Hay en eso una senda, pero parece perderse. Sin embargo, los caprichos del camino pueden tener su significado y es por eso que nos torturamos.

Loren Eiseley, The Immense Journey.

No estuvimos allí mismo para ver. Pero hasta hace aproximadamente 5 mil millones una nube gigantesca caía sobre sí misma. El centro se calentaba y giraba siguiendo la ley de la conservación del momento angular. Pequeñas porciones de nube formaban ya los cometas que se acercaban a la estrella en proceso de formación. Otras en su colapso, formaban planetas rocosos y gaseosos. Cada uno con su gravedad y geología, largas tormentas, atmósferas cambiantes, vulcanismo, e intensos centros. Era una estrella de tercera generación. Común, aunque no tanto. Era una estrella que emergía desde los escombros de otras. La oscuridad al que el polvo era relegado durante los intervalos de no ser una estrella se fue consumiendo. Era una estrella más, un evento típico en el Cosmos en el que vivimos. 

Puede haber planetas siguiendo una buena parte de todas las posibles 10.000 trillones de estrellas. Y a nuestras posibilidades que se extienden progresivamente, se han descubierto una porción infinitesimal, pero que promete mucho. La parte de estos mundos que apenas conocemos nos hacen ver que tan ignorantes somos. Podemos especular sobre su superficie, imaginarnos criaturas oceánicas y otras recorriendo la superficie en un planeta rocoso. Formas simples de vida primitiva, hasta la complejidad de posibles civilizaciones técnicas desarrolladas y capaces.


                                                                         Crédito: NASA.

Algunos de los planetas que encontramos en los rincones débiles de las estrellas, están en una zona llamada, Zona de Habitabilidad. Son muchas las cuestiones que hacen característico al mundo. Por ejemplo, pensamos que para aventurarnos en busca de vida debemos guiarnos en buena parte de buscar planetas con similares tamaños y parecida climatología al nuestro. Somos chauvinistas. Dentro de esto, una incertidumbre nos insiste. Sólo conocemos hasta ahora un ambiente donde los materiales inanimados, durante largo tiempo cosmológico, se reunieron formando formas complejas de vida que surca los océanos, las Tierras, y gracias a nosotros, el espacio. Hemos sido viajeros en el espacio por siempre. Mientras la Tierra se movía en el conjunto de las escalas, en su interior nacía la vida. Pero en sí misma, la vida es una consecuencia que ocurrió en nuestro planeta y muy probablemente en una infinidad de otros, no representa algo mayor en el Cosmos. La vida se presenta, es transitoria. Está sujeta a las modificaciones, cambia y se adapta. Muere. 

Entre una serie de eventos, se producen mutaciones, y es muy posible que los rayos cósmicos altamente cargados penetren la heliosfera de las estrellas y las atmósferas de los planetas que contienen vida, generando mutaciones —a veces para bien— en el código de las especies. La vida sería un tanto estática sin esos golpecitos al azar. Nuestros ojos son capaces de ver estrellas en su proceso de nacimiento. Y en el interior de esas nubes, planetas se forman, la gravedad los esculpe, los hace girar alrededor de sus estrellas. Nos gusta conocer esos ambientes, nos recuerda lo finita que son las estrellas. 

Largo tiempo después de que nuestro Sol se expanda, el gas y el polvo regresarán a estar libre. Y entonces, como ha sucedido miles de millones de veces con otros restos, otra estrella nacerá. La vida puede crecer entre esa transición de vida y muerte estelar. Bastan unos segundos a una conciencia naciente entre las estrellas para admirar la estructura del Cosmos de la que pudo evolucionar. La mente pensará. Los ojos podrán ver. Que el miedo no la ciegue.

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