Raro y atribulado temperamento, que deambuló desde la más sublime alegría hasta los más cenagosos abismos de la tristeza y el desamparo, Kierkegaard publica los Diapsálmata en 1843, hito al que seguirían otros de calado igual o superior: Temor y temblor(mismo año), El concepto de angustia (1844) o sus célebresMigajas filosóficas (también de 1844). Diapsálmata forma parte de una obra de considerable longitud, tal vez la que recoja con mayor prolijidad y enjundia las preocupaciones del filósofo de Copenhague, que tituló O lo uno o lo otro. En ella, Kierkegaard presenta los tres estadios de la vida por los que puede -aunque no tiene por qué tener que- pasar el ser humano: estético, ético y religioso.
El primero de ellos se caracteriza por el ansia de disfrutar los goces que proporciona la vida, sin despreciar cualquier atisbo de placer (aun al precio de dañar con ello a nuestros semejantes); la sociedad, para el esteta, supone sólo un convencionalismo que puede ser obviado, e incluso omitido deliberadamente, si el fin que se persigue es aceptado libremente por el agente. El segundo estado, llamado ético, consistiría en cobrar consciencia de la dimensión social de nuestros actos, es decir, de atender al bien de los otros como una necesidad para alcanzar el bien común; es el ético el que, a causa de tal despertar de su conciencia, entiende la angustia y desesperación ante su propia libertad: es un don, pero a la vez, una condena, poder elegir. Por último, el estado religioso estriba en la aceptación de que nuestras acciones esconden un carácter trascendente, de manera que la propia eticidad podría ser suspendida si un bien individual puede ser sustituido por un Bien mayor (como en el ejemplo de Abraham, dispuesto a sacrificar a su hijo en honor y tributo a Dios).
Hay que ser misterioso, no sólo para los demás, sino también para uno mismo. Yo me estudio a mí mismo; cuando me harto de hacerlo, paso el tiempo fumando un cigarro y pensado que Dios sabe lo que realmente pretende conmigo, o lo que quiere hacer conmigo.
¿Cuál es realmente el significado de esta vida? Si se divide a los seres humanos en dos grandes grupos, puede decirse que uno trabaja para vivir, el otro no tiene esa necesidad. Pero trabajar para vivir no puede ser el significado de la vida, es ciertamente una contradicción que la respuesta a la cuestión de su significado sea la producción de las condiciones que lo condicionan. La vida, por regla general, carece de cualquier significado excepto el de consumir sus condiciones. Si se quiere decir que el significado de la vida es morir, parece otra contradicción más.
“En general, todo lo humano es incompleto en tanto que sólo mediante la oposición se posee lo ansiado”.
Quizás sea este joven Kierkegaard el más interesante de todos, o cabría decir, el más prematuro (teniendo en cuenta que su vida fue breve, pues fallece a los cuarenta y dos años). En Diapsálmata asistimos con denodada inspiración y fuerza al combate de un hombre que, aquejado por los vaivenes del Destino, sin embargo, no deja de sentir una dimensión que, de alguna forma, sobrevuela y supervisa cuanto tiene lugar sub sole. Como el propio autor escribe bellamente, su intención es la de percibir “una idea que enlazara lo finito y lo infinito”. Es sin duda Kierkegaard un filósofo del límite, de nuestra condición fragmentaria, ambivalente y del todo transitoria, que ha de vérselas con un mundo material y tangible, pero que ha de bregar, a la vez, con la idea de una trascendencia a la que siempre aspira. Es por eso que la vida es una bebida amarga que hay que tomar “como las gotas, despacio, contándolas”. Convicciones que, como decimos, comienzan a hacer mella desde muy pronto en el autor de los Diapsálmata:
Aparte de mi numeroso círculo de amistades, tengo además un confidente íntimo: mi depresión, pues en medio de mi alegría, en medio de mi trabajo, me hace una seña con la mano, me llama aparte, aunque físicamente sigo en el mismo sitio. Mi depresión es la amante más fiel que he conocido, por qué extrañarse si vuelvo a amar.
En los Diapsálmata dará el lector con un fascinante elenco de variadas reflexiones que, con el tiempo, Kierkegaard desarrollará amplia y paulatinamente. A pesar de su brevedad, esta obra supone sin duda la más adecuada entrada al universo no sólo filosófico, sino también anímico del filósofo danés.
Por: Carlos Javier González Serrano
Por: Carlos Javier González Serrano
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